Vivir en una yurta
Nunca pensé que vivir en una yurta fuera una experiencia tan maravillosa. Poder ver la luna y las estrellas a través de su abertura. Dormir junto al fuego en su chimenea. Echarme la siesta en las calurosas tardes de verano, sintiendo el aire correr por mi cuerpo, escuchando un koshi-fuego acariciado por la brisa.
La yurta es una vivienda tradicional nómada originaria de las estepas de Asia Central, especialmente de Mongolia. Su diseño circular y ligero permitía desmontarla y transportarla fácilmente al moverse con los rebaños. En el centro se abre un ojo al cielo: funciona como chimenea y es considerado el corazón de la vida familiar.
En el centro se abre un ojo al cielo: funciona como chimenea y es considerado el corazón de la vida familiar
Hace años decidí que mi ideal de vida era trabajar viajando. La crianza me llevó a posponerlo, pero hoy la yurta me recuerda que esto es posible, y poco a poco lo voy logrando.
Tradicionalmente se construía con una estructura de madera cubierta de fieltro y tejidos, aislando del frío extremo y del calor del verano. Hoy, los acabados se han adaptado a materiales ignífugos adecuados a la legislación europea. Durante siglos, la yurta ha sido símbolo de comunidad, adaptabilidad y respeto por la naturaleza.


Entrar en una yurta no es entrar en un espacio cualquiera. Su forma circular guarda memorias ancestrales y el fluir de la energía se siente armónico y sutil. Nos invita a compartir la palabra, una risa… o un buen cacao.
En mi yurta, al fondo, nada más entrar, encontrarás el lugar más respetado: el altar. Allí reposan los símbolos espirituales y los objetos de mayor valor.
Siempre podemos sacar algún “pero”. Aunque cuando vengas a visitarme, te aseguro que serán muy pocos.